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25 de junio de 2022

Nuestro poema épico

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Solo una tarde de inocentes palabras. Al aire libre, que el calor haga que le echemos hielo al café y que los minutos se nos pasen tan deprisa que la noche veraniega caiga sobre nuestras cabezas. Que no nos percatemos, por instantes, de los mundos que ya hemos construido y a los que, por derecho, pertenecemos. Que nos dé por imaginar la utopía de aquel que quisimos—y no pudimos—edificar. Porque la vida es así de caprichosa. Te escupe a mil kilómetros de casa o te separa y te deja cerca de quien amas, pero sin poder reconocerla. Así también es la Historia, llena de ira, rabia y deseo. Así es una generación más, la nuestra, que ya termina. Por eso unas palabras podrían calmar la juventud, matar al tiempo por un segundo, brotar las raíces de todo lo que antaño fue y que ardió, como Troya, y hoy sigue bajo tierra, derribada y muerta, pero bella. Porque nosotros también tuvimos un tiempo de héroes y heroínas, en el que mutuamente nos embestimos con armaduras de bronce. Igual que Aquiles y Héctor murieron en la pelea, lo que teníamos pereció por la envidia. Por eso, unas palabras inocentes servirían. Para que me expliques, esa tarde de verano, todo lo que fue y yo ya he olvidado. Que me recites, como Homero, nuestro poema épico. Que me traigas a la mente los besos de plumón, los lentos y largos, los que nos dimos a escondidas y a vista de todos, en aquellas escaleras. Que me recuerdes todo lo que fuimos, porque tengo lagunas del viejo pasado. Que ilumines la Edad Oscura de mi vida, la que tuve que dejar atrás y ahora se ha convertido en ruinas con las que ni siquiera puedo hilvanar mi propia historia.


Gregorio S. Díaz "Nuestro poema épico"




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