Una vez fue la última vez, y nunca lo supimos. Creíamos, lo sé, que sería eterno. El tira y afloja. El deseo. La montaña rusa. El quiero y no quiero. Todos aquellos besos. Que ni el más huracanado temporal podría doblegarnos. Una vez ya no hubo otra vez. Y entonces, nuevos horizontes, playas vírgenes, jugosas perspectivas, otros futuros posibles, nada de anteriores tormentos ni lágrimas de desasosiego. Una vez fue, ahora lo sabemos bien, todo lo que espera del ser humano el mismísimo Universo. No todo lo dimos, pero si alguien desde Saturno nos vio desnudos supo que, una vez fue, y fuimos, eternidad en el tiempo, fuego ardiendo, susurros de pasión, un mismo cuerpo. Una vez fue y ya no será más, es lo único que, quizá, hemos aprendido. Que han pasado años en un pestañeo, que solo queda lo que tristemente alcanza el recuerdo. Una vez fue y ya está olvidado. Porque la memoria se ha transfigurado y quiere recordar lo que cree que ha pasado. Y no es verdad. Juega con las palabras y los besos, ordena y desordena tus dedos en mi espalda, tiembla con cada sonrisa que me dedicabas y que me esfuerzo por dibujar en el espacio en blanco de mi cabeza. Y es que la vida ha despojado de vida a la vida que quisimos y juramos compartir. Una vez fuimos, y ya no quedan testigos. Ni siquiera tú, que en polvo has envuelto mis latidos y en el mar de la muerte los has encondido. Ni siquiera yo, que todavía—y me pregunto para qué—te escribo.
Gregorio S. Díaz "Una vez fue"