Hasta que no tires de ellas, no saldrán. Están empeñadas en quedarse ahí, empañadas en el vaho que provocó tu susurro allá por el dos mil. Hasta que no vengas y me recuerdes qué se sentía al vivir, no iniciarán el camino de salida. Están bien escondidas dentro de mí, en el interior de un corazón al que se aferran clavando sus cadenas. Solo hace falta una chispa. Un recuerdo del que nutrirse, un futuro con el que cegarse. Una fotografía en blanco y negro coloreada de todos los colores de un invierno. Una canción que exponga un auténtico milagro, que cuente una tortuosa odisea y que termine con un piano lento recordando que el amor todavía existe y es real. Que sea la última, que deje mermados los oídos y una huella para siempre en el pecho, en forma de tatuaje. Una canción que poder escuchar por el resto de nuestros días e inmediatamente poder viajar a aquel instante. De verdad, hasta que no las saques, no saldrán de mi boca. Están justo debajo de mi lengua, bajo mis pupilas, enterradas en el caracol hecho de piedras de mis orejas. No, no saldrán si no lo intentas. Si no les cantas, si no les gimes. No van a mandar las órdenes a mis manos hasta que no tengan un seguro de vida y autodestrucción. No quieren salir y—maldita sea—sé que están bien ahí. Como digan de atropellarse y acumularse, pueden salir fabricando ellas mismas una bomba y, de estallar, se llevarían por completo este mundo que ha costado demasiado sudor y lágrimas construir. Que pueden salir con sangre y ella servir de tinta para sus tropelías futuras con las que escribir novelas de jornaleras y amantes. Pero si tiras de ellas, saldrán. Las palabras no podrán aferrarse al abismo eternamente.
Gregorio S. Díaz "No saldrán"