Es a la vez tan sencillo y tan siniestro que resulta tenebroso, retorcido, casi maquiavélico. Sería tan fácil, tan mecánico y automático—pudiera decir, incluso, rudimentario—que me pregunto por qué todavía no ha sido capaz, no lo ha hecho. Aunque, puesto a confesar, he de decir que no lo espero. Sí que, a veces, entre pesadillas, lo sueño. Las vanas esperanzas se consumieron como lo hace una vela blanca olvidada. Pero no maldigo al tiempo, al destino y a todo lo típico que evoca a paraíso cuando no son más que puntillas de nuestro infierno. Ese en el que arden todos nuestros muertos, a quienes no les hemos permitido nacer y, así, no nos tributan ceremonias de homenaje y recuerdo al legado que creamos. Como sería tan fácil, me muevo veloz por otros derroteros, no me ahogo en aguas corridas ni conduzco en círculos por los mismos senderos polvorientos. Solo miro al cielo, al horizonte y al suelo. Y descubro señales perdidas, voces sueltas, lágrimas secas en la hiedra que cada día riego, en los ojos felinos de quien nació para la odisea y vive en la rutina, en los sueños que al despertar recuerdo y que olvido por puro sosiego. Las veo en los astros, en el hielo, en las historias que invento. Y luego, pienso. Si es tan sencillo... ¿por qué yo no me atrevo? Y comprendo. Sería más fácil partir en dos el universo, retroceder en el tiempo, insuflar vida a los muertos.
Gregorio S. Díaz "Tan sencillo y siniestro"