Esta mano, quieta, que solo a la boca y al estómago alimenta, hubiera dibujado líneas y líneas de magia discreta. El corazón habría explotado llenando de tinta de bolígrafo todos los recuerdos que he podido salvar de las salvajes llamas del olvido. Las heridas, estoy seguro, hubieran cicatrizado y la sangre negra no se hubiera desparramado por el suelo, por mis ojos y por su cuello. Lo cierto es que ya no tengo el cuerpo para nada de eso. El tiempo menguado, se va con solo pensarlo, sin acariciarlo. Tocando sus garras y pelo blanquinegro le regalo mis latidos, como si me dejara paralizado su calor y su calma, la tranquilidad que da y el desasosiego. Como si estuviera ya casi muerto. Porque, de haber seguido aquellas noches de curvas, cementerio, coche y juegos, de risas, llanto y miedo, de haber continuado y soltado todas mis amarras que me anclaban, de haberme quedado desarmado ante tus miradas…Si hubiéramos consolidado lo que apenas comenzaba, si todo eso hubiera ocurrido, estoy seguro, llenaría mil páginas día tras día con el sabor de una lengua que mata. Habría cerrado todas las puertas a tantas otras piernas y te hubiera subido al altar que te elevaba a la categoría de Diosa. Yo, súbdito creyente ignorante, no hubiera aguantado la posibilidad de que te escabulleras en cualquier momento en busca de otro hombre. Aquello hubiera sido el fin del final, una promesa autocumplida, mi propio funeral. Pero, eso sí, moriría tres mil segundos en una hora por escribir cómo tu lascivia me hacía revivir, sentir la vida como el vértigo, tener calor a menos diez grados bajo cero. Vendería mi alma al diablo por leer lo que hubiera plasmado de tener más de setecientas noches en las que poder ver tus ojos verdes ardiendo de puro deseo, tu cuerpo blanco temblando, tu cara de placer gimiendo. No habría, entonces, páginas como las de hoy, en blanco. Estoy seguro, hubiera escrito con el gloss de tus labios tantas historias que aún siguen en mi cabeza, esperando…
Gregorio S. Díaz "Páginas en blanco"