Ahora que ya has pronunciado el Juramento Inquebrantable y te has unido hasta la muerte, todo un cielo y un infierno nos separa. Solo ella guardará ya nuestros besos. Ahora que vuelvo a leer aquella historia de magia con la que brota el recuerdo, tiemblo al pensar que guardo como trofeos cada palabra que salió de tus labios, cada mirada con la que me convertías en piedra, cada poro de piel que recorrí y amé, cada lágrima que derramé, en forma de canción, en una botella de cristal. Incluso tu letra en bolígrafo negro desgastado en papeles de cuaderno. Como si fueran objetos en los que posamos nuestras almas y todavía en ellos estuvieran guardadas, prestas a sobrevivir a lo que tuvimos. Como si, por arte de magia, aquellos niños salieran de una varita y se pusieran a bailar, de negro y rosa, al son del vals y el fuego de una noche de septiembre. Pero, en realidad, lo que guardo son solo canciones con las que no olvidar, porque el tiempo juega sucio y la memoria igual. Entre sábanas sentimos piel con piel por primera vez. El olor orquídea y vainilla que desprendías se grabó en mi pituitaria y por eso son incontables todas las noches que pasé oliendo a ti. Pinté masoquismo en mi frente cuando trataba de no hablarte, pero quería verte. Creyendo que el verdadero amor perdona, a pesar de que pasé casi mil noviembres sin ti. Porque ambos supimos que llegaría el día. Este día. El del Juramento Inquebrantable, los anillos y el baile. Aunque, a decir verdad, aquellas partes de nuestras almas quedarán allí guardadas, esperando a brotar cuando no seamos y solo queden nuestros fantasmas.
Gregorio S. Díaz "Juramento Inquebrantable"
