Sálvame. Ya sé que un día dije que estabas a tiempo, que te salvaras. Que huyeras de todo lo que representaba. Te digo hoy la verdad: yo empujé esa balsa. Yo te introduje en el mar llorando lágrimas, yo quise que te salvaras. Aquí habríamos perecido de alguna u otra manera. Me quedé en la isla desierta en la que ya no había ron, ni páginas. Solo desosiego, tristeza, nostalgia. Errar por errar en la selva, contando las que antaño fueron mis hazañas. Sálvame ahora, que sabes el camino y la tormenta arreció hace meses. Sálvame porque ya he aprendido. Que el pirata que vive robando de isla en isla, saltando de barco en barco, es un pirata que ha perdido el ama. Que tiene el corazón de cuarzo. Que agarra juventud y le otorga a tiranía el mando, que no piensa en el mañana cuando agota su suerte, el talento o el ánimo. Que luego la cárcel tendrá un sabor amargo. Que no podrá evitar, nunca, jamás, el cadalso. Que pagará por las injusticias cometidas y por los más de mil tragos, que abonará el doble de lo que una vez no fue pagado. Por eso, sálvame. Me enfrentaré a quienes con toga y madera quieren para mí la cadena perpetua. Aceptaré con resignación mi triple condena. Pero sálvame de esta isla que, por pequeña, me aprieta. Sálvame y, antes de llevarme atadas mis dos manos, quítame por un día la mancha negra. Abraza mis huesos hasta que se quiebren y retuerzan. Sácales el tuétano y alimenta tu fiera. Que arda en vieja pasión lo que hoy es solo piel yerma. Deja que deslice mis últimos segundos por tu pierna, que en un instante guarde el brillo de tus ojos verdes en mi memoria. Sálvame y llévame de nuevo a mi tierra, que quiero ver anochecer otra vez, con agua, frío y ruedas. Para que así recuerde, durante mi larga condena, cómo era hacer las cosas bien por una vez en la vida.
Gregorio S. Díaz "Sálvame"