Hay un lugar del tiempo al que siempre vuelvo, al que le llamo casa. No es preciso, no es exacto, no es un día, no es una fecha. Es un tiempo indeterminado del tiempo en el que se conjugaban la juventud con la fuerza, la pasión con las ganas y viceversa. A mis pies el mundo entero, porque era mío por completo. No poseía nada material, ni la vida de adulto me ataba con las cuerdas invisibles que nos arrastran hasta la definitiva tumba. Era libre. Vivía del gélido aire, de las sonrisas inocentes, del trabajo incansable, de los besos lentos en la novena terraza del cielo de una ciudad perdida por descubrir. Ilusionaba pensar en el futuro viviendo aquel presente. Creí, de verdad, en la posibilidad manifiesta de partirme en dos y llegar a ser tres. Hay un lugar del tiempo al que vuelvo cuando pierdo la mente y el ánimo, al que llamo Camelot. Y no es por recorrer cada centímetro de piel, no es por la lujuria, el deseo. Aunque también. Jackie Kennedy me enseñó que es por la memoria. Por querer que no se borre la huella. Que cientos de días anduvimos cerca del cementerio y no pudimos estar más vivos. Hay un lugar del tiempo, Camelot, al que reiteradamente vuelvo: estoy llorando en un coche, compartiendo lo más oscuro que aquí dentro se esconde.
Gregorio S. Díaz "Camelot"