La nostalgia, hasta el día de hoy, tenía un punto de partida y seguía en línea continua. Comenzaba siempre con baile de mariposas y una camiseta rosa y terminaba en un callejón oscuro con una oportunidad perdida, un mensaje de los antiguos que aún me sé de carrerilla y una lágrima. Continuaba torturándome con unos pasillos que ahora sí es verdad que son míos pero que llenaba de sonido con mi silbido, con helados de vainilla y orquídeas amarillas. Luego me escupía en la cara todos esos primeros momentos que apenas ya recuerdo porque la memoria es caprichosa, juega malas pasadas y borra todo lo que asocia al dolor. Una nueva ciudad que descubrir, nuevos caminos que nunca indagué. También nostalgia me ha llevado por los veranos que daba vueltas a un circuito de salas, ron y bailes por todos los montes que todavía quedan cerca, por las tardes escribiendo, por las noches de aburrimiento en las que me encerraba tras una pantalla. A veces nostalgia me da fuerte con aquel año mágico en el que resolví todas mis dudas: agarré el futuro y una mano que luego solté por falta de fuerza, fe, miedo. Hasta hoy, nostalgia no iba más atrás. Ahora entiendo que era la música el arma que siempre ha utilizado. Y puedo moverme por un verano leyendo el último libro de magia, por una simple navidad cuidando del pequeño rebelde mientras la casa al fin se calentaba, por un Ibiza con olor a Miami que sirvió de almohada muchas mañanas. Era la música, no la nostalgia. Era la música.
Gregorio S. Díaz "Era la música"
