Dios me libre de ser su profeta, de volver realidad lo que solo son turbios sueños. En ellos se mezcla el tiempo en burbujas de acero, donde atrapado es imposible escapar. Y en segundos recorremos milenios. Las vidas que, por suerte, compartimos. Las demás, en la que tuvimos los corazones divididos. Y suenan las mariposas y veo el quejido de tu voz al irme. Y siento tu último beso al tiempo que pienso en el primero. Y cuento los días que rocé tus dedos. Las noches en la que rocé tu cuerpo, creando un calor nuevo, el que forjaban dos cuerpos desnudos que torpemente comenzaban a amarse. Y se clava en mi costado el dolor del húmedo suelo. Aquel miedo. La revolución del que se cree el primero. Y noto el paso del tiempo. Y veo el recuerdo. Y el futuro. Dios me libre de querer que sean verdades las premoniciones que se repiten al dormir. Porque yaces inerte. Porque no me puedo despedir. Dios me libre, porque ya he dicho que he visto el futuro y tu pelo blanco. Más bien es mi último adiós en un funeral artificialmente construido. Para que no salgan a la luz los pensamientos que una vez me apenaron, para que no exploten los planes macabros que mi mente y yo planeamos. Para que no guarde en mi alma una rosa no marchita, pero sangrando. Para que no irradie al mundo la radiación nuclear de los primerizos cuerpos desnudos, abrazados. Dios me libre de ser su profeta. Solo ofrece sosiego y libertad a quien aún hoy es esclavo.
Gregorio S. Díaz "Dios me libre"