Si medimos el tiempo en distancia, ya son más de mil quinientas noches desde la noche primera. Desde el viaje de Ulises más allá de Ítaca, de las aventuras épicas de los héroes de Troya. Mil quinientas noches desde el beso que abrió mi Caja de Pandora. De la mañana en que quise morir, porque ya no me quedaba nada, sin importarme la historia. Del día en que dejé de mirar atrás para no ver más la piedra en la que se había convertido mi Euridice. Tan solo mil quinientas noches. Solo ese maldito tiempo separa la nueva ciudad fundada de una selva amazónica, pura y en oro bañada. La verdad de la mentira, lo que fue de lo que no será. Los ojos verdes de la tormenta eléctrica de impredecibles proporciones. El mundo de ayer del mundo del mañana, el miedo de hoy del terror que da vivir sin lo que da vida. Mil quinientes noches que no paran de deslizarse, ágiles, para convertirse en más de tres mil, cuando me concedan la ventura de parpadear para tornar unos ojos cansados en piel, yerma e impura, cerrada.
Gregorio S. Díaz "Mil quinientas noches"
