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30 de enero de 2025

El niño que solo se preocupaba por escribir

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El frío acero de la Historia me ha forjado y congelado. Puede que el hambre, la peste, la muerte, la política, la paz y la guerra me hayan insensibilizado. Entre documentos y archivos enterré mis sueños, los mundos paralelos y la genialidad. Dejé de escribir por escribir, de leer por leer. Puse en el punto de mira cada uno de los porqués por los que hemos llegado hasta aquí, todo lo que pude imaginar se encontraba en la realidad. La crueldad humana, los testimonios desgarradores, el principio del mundo, el final de la historia. Cerré las puertas de los nuevos universos que se agolpaban en mi cabeza, se transpiró la fantasía con la que me hice y crecí. Dije adiós al dragón feroz que me enseñó los límites más allá de las fronteras. Dejé de besar los labios de las protagonistas sobre las que leí. Dejé de creer en los cuentos de hadas y eso me ha ensombrecido. Dejé de creer en los mundos imposibles, en las antiguas historias, en el destino del hilo rojo, en el amor. La historia te enseña que no existe, que viene y va, que se convierte en un contrato, en una unión de bienes, que si lo ves una vez es un fantasma que nunca vuelve, que jamás fue lo que creíamos. Pero de pronto retorna Ulises después de veinte años y se enfrenta a Penélope, asegurándole que no importa el pasado, que una y otra vez seguirá enamorándose de él. Helena deja su vida por un sueño y huye con Paris a Troya, desencadenando la guerra que forjó la Antigua Historia. Matan a Kennedy y Jackie guarda para siempre su memoria. De pronto vuelvo a ser un niño que solo se preocupaba por escribir, leyendo el amor en tiempos de los dinosaurios, perdiéndome en la Sala de los Menesteres entre el pelo rojizo de Ginny Weasley, cogiendo de la mano a la elfa Arya mientras cruzamos el desierto de Hadarac, admirando la flecha certera de Susan en Narnia. Y marco en el mapa con una equis mi primer beso, el real, en la aldea galilea desde donde creó su imperio bíblico un Jesús que ha dado sentido a nuestros dos milenios. Y subrayo como un loco el nombre de la mujer que guio a Abraham, porque yo también obedecí sus órdenes y me arrodillé ante su corona. De pronto quiero estallar y crear, plasmar con sangre y tinta negra lo que mi piel y mi mente llegaron una vez a imaginar. La sensación infinita de ser, de no morir, de envejecer, de morder, beber y resbalar por dos montañas de miel, de no querer dejar pasar ni un segundo, de volver atrás en el tiempo, de quedarme quieto, de dejar paralizado aquel momento, de mirar más allá, de volver, de poder regresar, de nunca irme, de vivir. De morir. De sentir. 


Gregorio S. Díaz "El niño que solo se preocupaba por escribir"






 

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