No me permito el silencio ni una vez al día. Deseo el continuo quehacer, encierro a la cabeza en una maquinaria que rueda por la monotonía. Trato de profundizar entre líneas que dibujan un pasado anterior, colmado de lucha y rebeldía. Pero no le dejo ni un solo resquicio a ese abismo peligroso que clama sensual por una partida más a través de todas las casillas en las que perdí casi media vida. No le dejo, porque entonces mi memoria se llena de imágenes fijas, ya muertas. La pituitaria, de vainilla. Los ojos, está bien decirlo, de nostalgia. El tacto recorre unas curvas imaginarias, que todavía puedo evocar entre sonidos precarios de malicia y picardía. No le permito el silencio al silencio, porque algunos equivalen a traiciones. No me escondo, confieso cobardía, pero nunca traición, venganza, perfidia, felonía. He dado voz a todos mis escritos, donde he revelado mis manías, mis secretos, mis errores, mis delitos. En los que me he declarado culpable. En los que te he escondido. En los que te has reconocido. Con los que has llorado, reído, encolerizado. Sentido. Por eso no dejo paso al silencio. Porque su estruendoso ruido recuerda que ya el pobre juntaletras no provoca revoluciones. Ni de colores ni de terciopelo. Ni las de antaño, las de los tumultuosos obreros. Que se ha levantado otro Muro. Que he guardado en un cajón los relatos que constituyen el Archivo de mis Tormentas. Y si me mantengo presto a lo que el revoltoso mundo genera, ocupado entre libros y canciones, olvido que hay algunos silencios que equivalen a traiciones.
Gregorio S. Díaz "Silencios que son traiciones"
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